Todos los vinos, incluidos los tintos, se deben enfriar si no se encuentran a su temperatura óptima de consumo. El dicho popular «los vinos se deben beber a temperatura ambiente» ha hecho mucho daño al vino y a su elaborador, y es que la temperatura adecuada a la que tomar un vino es más importante de lo que pueda parecer, beber un vino por encima de la temperatura aconsejada nos puede llevar a beber un vino distinto ya que incide en su aroma, su sabor y su tacto.
A mayor temperatura los aromas se evaporan con mayor rapidez y aumentan los sabores ácidos, ya que la temperatura del vino en el interior de la boca aumenta de 2 a 5º C en cinco segundos. Si la temperatura es excesiva, la volatilidad del alcohol inundará el paladar, lo que hará casi imposible el poder captar los distintos aromas. Si los servimos a temperaturas muy frías dificultaremos que se abran y nos dejen percibir todos sus detalles de aroma y evolución en boca.
¿Cómo enfriarlos?
La idea es que los vinos alcancen su temperatura óptima de consumo de forma gradual, porque un cambio brusco de temperatura provocaría que se alteraran las cualidades del vino. Es mejor sumergir la botella quince minutos en agua con hielo que enfriarla cinco minutos en el congelador. Como truco se le puede añadir incluso sal gorda al agua para acelerar el proceso de enfriamiento (esta técnica no sería válida para enfriar el vino cuando está muy caliente).
Sin duda, el mejor consejo que te podemos dar, es preparar el servicio con tiempo, así podrás degustarlo como merece la ocasión.
En líneas generales las temperaturas óptimas son:
Tintos entre 15º y 18º C.
Rosados entre 6º y 8 º C.
Blancos seco entre 8º y 10 º C.
Blancos afrutados 5º C.
Vinos espumosos entre 5º y 7º C.
Frizzantes 5º C.
Finalmente, no debemos olvidar que el vino gana en la copa uno o dos grados más, sobre todo si la temperatura de la sala está elevada.
Bodega Valle de Güímar.